Nacional 16 de abril de 2022 3 años ago

Glorioso sábado

“¿Qué es lo primero que haces después de hacer el amor?”. Esa sugestiva pregunta le hizo Susiflor a Rosibel. Contestó […]

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“¿Qué es lo primero que haces después de hacer el amor?”. Esa sugestiva pregunta le hizo Susiflor a Rosibel. Contestó ella: “Bajar del coche para estirar un poco las piernas”. (¡Qué cosas! ¡Como si no las hubieras estirado bastante!). Conocemos muy bien a don Chinguetas. Es un marido tarambana, esto es decir irresponsable. El otro día llegó a su casa a las 4 de la madrugada. Su mujer lo esperaba hecha un basilisco. Le preguntó, furiosa: “¿Dónde andabas, sinvergüenza?”. Contestó, imperturbable, don Chinguetas: “En la iglesia”. “¿En la iglesia? -repitió airada doña Macalota, que tal es el nombre de la sufrida esposa del majadero tipo-. Eres un cínico. Las iglesias están cerradas a esta hora”. “No soy un cínico -se defendió don Chinguetas-. Lo sería si te hubiera dicho en verdad dónde andaba”. Estoy en la dorada edad en que puede uno recordar muchas cosas y olvidar muchas más. No me pregunten, por ejemplo, dónde y cuándo leí acerca de este anciano cura de aldea que desde el púlpito les estaba narrando a sus humildes feligreses la pasión y muerte de Nuestro Señor. Con emotivo acento les habló de los azotes que habían desgarrado sus divinas carnes; de la corona de espinas que hizo sangrar su frente; de la vía dolorosa hacia el Calvario; de la crucifixión, traspasados por los clavos sus manos y sus pies; de la lanza que rompió su costado; de su agonía y su muerte. Volvió de pronto en sí el padrecito de su tristísima relación y miró a los pobres que llenaba la pequeña capilla. Todos estaban llorando tras oír la historia que su pastor les había relatado. El bondadoso anciano sintió pena por haber sido causa de la aflicción de sus ovejas y les dijo, acongojado: “Pero no lloren, hijitos. No me hagan mucho caso. Todo esto que les he dicho pasó hace bastantes años, y a lo mejor ni siquiera sucedió como yo se los conté”. Si yo hubiera conocido a ese sacerdote le habría besado la mano como hacía de niño con el buen padre Secondo. Y es que aquel cura de aldea -que ni siquiera llevaba un diario, de eso estoy seguro- ponía la compasión sobre la ortodoxia; la bondad sobre la letra; la misericordia sobre el sacrificio; el amor sobre el ritual. Por eso este sábado, el de hoy, se llama “de Gloria”, porque anuncia el triunfo de la vida sobre la muerte. No sólo las iglesias cantan ese himno; también lo dice la naturaleza con el infinito número de nacimientos que cada día llenan la redondez del orbe. Para eso es el amor: Para que la vida siga. Todo aquello que vaya contra el amor va contra la vida. Existen el sufrimiento y el dolor, es cierto. Pero existen también la esperanza y la alegría. Celebremos hoy el amor. Celebremos la vida. Por el amor tenemos la vida. Por la vida tenemos el amor. Sábado de Gloria. Glorioso sábado. “Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura”. Así rezaba un antiguo proverbio. Lo desafió don Rugantino, señor de muchos calendarios, y casó con Gorgonzola, mujer en su abril y mayo. Él quería ser padre, y ella anhelaba conocer la dicha de la maternidad, pero el ansiado fruto de su unión no llegaba. En aquellos años siempre se culpaba de la falta de familia a la mujer, pese a que en muchos casos el marido era el causante de la ausencia de prole. Un médico examino a Gorgonzola y la encontró perfectamente apta para la gestación. Sospechó entonces que el problema estaba en don Rugantino, y lo llamó a su consultorio a fin de hacerle un examen seminal. Le pidió: “Recuerde sus años de adolescencia y llene con su semen ese frasquito que está sobre el estante”. “Lo haría con mucho gusto, doctor -se disculpó don Rugantino-, pero no creo llegarlo desde aquí”. FIN.

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